Jueves 17 de Julio

Hoy hace dos semanas que salí del aeropuerto de Barajas con destino Yangón. El ritmo de trabajo es tan fuerte que parecen dos meses. Pasamos una media de doce horas diarias en la oficina pero los primeros meses fueron muchísimo peor. Algunos de mis compañeros que llevan aquí desde los primeros días de la emergencia están literalmente exhaustos pero aun así sacan fuerzas de algún lugar desconocido y siguen trabajando al cien por cien. Tanto los internacionales como el personal local están totalmente volcados en dar respuesta a las necesidades de la población y en el bienestar de los niños. Hablamos de trabajo en el desayuno, en la comida y en la cena. Los fines de semana tampoco dejamos descansar a nuestros sobreexplotados ordenadores y aprovechamos cualquier momento para una improvisada reunión.

Uno desde casa se pregunta cómo se consigue dar una respuesta rápida ante una emergencia, la clave es trabajo, trabajo y más trabajo.

Martes 15 de Julio

Un par de reuniones, un par de e-mails y llamadas y está decidido, la semana que viene salgo a terreno con dos compañeros para recopilar información. El miércoles vamos a Kunyangon un pueblo al sur de Yangon que sufrió los efectos del ciclón y desde el jueves hasta el viernes a Labutta una de las zonas del delta más afectadas por Nargis. He visto fotos, he escuchado las historias de mis compañeros pero aún soy incapaz de imaginarme las sensaciones de esos lugares, los paisajes, la humedad del ambiente, los sonidos de los animales, los olores del delta, los sabores de la comida local.

Esta mañana he solicitado mi permiso de viaje, mis compañeros locales no los necesitan pero los internacionales sí. Hemos solicitado una plaza en uno de los helicópteros del programa mundial de alimentos de Naciones Unidas para el viaje a Labutta ya que por tierra se tarda un día entero en llegar y hemos hecho una lista con las cosas que necesitamos para el viaje. Ahora sólo nos queda esperar y a mí cruzar los dedos para que mi permiso llegue a tiempo.

No le he dicho a nadie, que me da miedo volar.

Jueves 10 de Julio

Esta tarde Thein Zaw, el director de livelihoods (el departamento que se ocupa de proporcionar una forma de subsistencia) me ha estado contando lo que supuso el ciclón para su departamento. Tengo serios problemas para entender el acento birmano, pero aún así ha sido muy interesante conocer de primera mano cómo se organizaron para distribuir alimentos y artículos de primera necesidad.

Save the Children lleva trece años trabajando en Myanmar y muchos de mis compañeros ya estaban aquí cuando el ciclón sucedió. A todo el mundo le pilló por sorpresa pero había que responder rápidamente a la emergencia. En cuanto la tormenta remitió nuestros compañeros salieron a terreno a evaluar la situación. Algunos pueblos habían desaparecido por completo. El ciclón arrasó con casas, campos de cultivo, los barcos de los pescadores, incluso con el ganado.

Las cifras oficiales dicen que el agua del mar inundó más de un millón de acres de tierras de cultivo y que más de 20.000 cabezas de ganado perecieron durante la tormenta. El agua alcanzó una altura de 7 metros así que los patos pudieron volar y los cerdos que no estaban atados nadar pero las vacas, cabras o pollos murieron ahogados.

Dos días después del ciclón ya había un equipo de Save the Children trabajando para distribuir alimentos a los supervivientes. La mayor parte de los supervivientes perdieron todo lo que tenían y dependen de la ayuda que reciben para sobrevivir. El equipo de Thein Zaw está trabajando para proporcionar a la población herramientas para que puedan lograr su propia subsistencia de forma que dejen de depender de la ayuda de emergencia. Recursos para poder comprar semillas y fertilizantes, para reparar barcos dañados y comprar redes nuevas, facilitan a los supervivientes una fuente regular de ingresos e incluso crear empleo para sus vecinos.

A veces hay tendencia a imaginar a la gente que recibe ayuda de emergencia como personas pasivas pero en realidad se trata de gente muy activa que están deseando trabajar y recuperar su forma de vida. Simplemente necesitan un empujoncito para hacerlo realidad.

Domingo 6 de Julio

Por primera vez he salido a pasear por Yangon. A diez minutos de la oficina se encuentra Shwedagon Paya, el templo budista más sagrado de Myanmar. Increíblemente bonito y sorprendentemente moderno, con escaleras mecánicas y ascensores. Una bóveda dorada de 100 metros de altura coronada por un diamante de 76 quilates y a su alrededor una diversidad de templos y budas a los que ofrecer oraciones.

Familias paseando, niños correteando, parejitas haciéndose arrumacos, gente haciendo ofrendas a los budas, monjes rezando. Es un lugar fantástico para pasar la tarde del domingo leyendo, charlando o simplemente observando a la gente pasar. Aunque no sé quién observa a quién porque no están acostumbrados a ver muchos extranjeros y te miran con curiosidad pero en cuanto les sonríes te devuelven la sonrisa.

Andamios de bambú y árboles caídos son los testigos de
l paso del ciclón Nargis por el templo. Dos meses después de la tormenta diversos voluntarios locales trabajan para retirar los árboles y arreglar los desperfectos.



Martes 8 de Julio

Hoy hay mucho revuelo en la oficina. Algunos de mis compañeros salen esta tarde a terreno y están ultimando los preparativos, salvavidas para ir seguros en los barcos que atraviesan el delta, mosquiteras para prevenir la malaria, linternas, cámaras de fotos para documentar el viaje, materiales y documentos que tienen que llevar a las oficinas locales y un sin fin de cosas más que tienen que caber en una mochila.

He visto fotos de los primeros días de la emergencia, pueblos enteros borrados del mapa por el ciclón, la gente que no sobrevivió en los márgenes del río, compañeros hacinados en una habitación porque es el único lugar que tienen para dormir. Han pasado los meses y las condiciones han mejorado, la ayuda está llegando, pero las historias de la gente siguen siendo desgarradoras. Tardarán mucho tiempo en poder olvidar y en no sentir miedo de las tormentas.

Sábado 5 de Julio

Anoche tuve un ataque de pánico. A eso de las tres de la madrugada me desperté tiritando y mi cabeza no paraba de dar vueltas, qué hago aquí, no voy a ser capaz. Es mi primera experiencia en terreno y también en emergencias y supongo que eso unido a las 14 horas de viaje, las más de 24 horas sin dormir y haber forzado ayer la máquina desencadenó una montaña de pesadillas y miedos que salieron a borbotones. Como siempre cuando amanece las cosas se ven de otra manera y los fantasmas desaparecen delante de una tostada y un café.

Viernes 4 de Julio

Después de un proceso interminable de e-mails, papeleo, un pasaporte que va y viene y casi se pierde, un visado imposible, catorce horas de viaje, dos vuelos y una carrerita por el aeropuerto de Bangkok por fin estoy sentada en la oficina de Save the Children en Rangoon. La primera impresión es un panal de miel con abejitas que corren de un lado para otro con mil cosas por hacer. Gente que entra y sale, un murmullo constante en inglés y birmano, muchas caras nuevas y muchos nombres que soy incapaz de pronunciar. La emoción de estar aquí hace que me olvide del jet-lag y que quiera absorberlo todo como una esponja. Hay muchísimo trabajo por hacer y tengo muchas ganas de empezar.